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Consejos para la meditación

Éric Rommeluère

Cuando se comienza la práctica del budismo se está confrontado irremediablemente a obstáculos y dificultades de todo tipo. En este aprendizaje, en un principio, elegimos sentarnos, es lo que llamamos meditar. Para los principiantes la meditación, en tanto experiencia que pone en juego el cuerpo y el espíritu, es a menudo fuente de dificultades y preguntas. Se os pide que estéis relajados y no sentís mas que tensiones. Se os pide que os situéis en la claridad y no sentís mas que confusión. Además duele. Para los occidentales es a menudo imposible cruzar las piernas en postura de loto o de medio loto. La postura es difícil de mantener, sobre todo cuando se prolonga mas de veinte o treinta minutos. La mente igualmente aparece como un continuo oleaje vagabundo.

© Peter Cunningham¿Que hacer?, ¿Como orientarse cuando el cuerpo, la mente, o los dos a la vez aparecen como impedimentos?, al mismo tiempo de que somos completamente conscientes de que no podemos meditar mas que precisamente con este cuerpo y con este espíritu. La cuestión parece irresoluble.

Se tenga o no una facilidad natural para cruzar las piernas, se tenga o no una facilidad natural para concentrarse, el budismo nos enseña a abordar este cuerpo y esta mente de otra manera, de tal forma que no se vivan mas como obstáculos, sino como verdaderos instrumentos o, deberíamos decir mas bien, como los lugares mismos del despertar.

Para que se conviertan en soporte del despertar dos actitudes fundamentales son necesarias. Existen por supuesto técnicas precisas para contrarrestar tal o cual problema especifico que podría surgir en el transcurso de la meditación, se las aprende cerca de un enseñante cualificado. Pero estas técnicas se convierten en secundarias, casi inútiles, cuando se realizan plenamente estas dos actitudes.

La primera consiste en desarrollar un sentimiento de bondad real hacia si mismo. La segunda en darle la espalda a cualquier forma de competición, sea esta consigo mismo o con los demás. Estas dos actitudes son complementarias y se responden una a otra. El camino interior no se recorre contra, sino consigo mismo. Por supuesto, si se inicia el camino es precisamente para transformar la propia vida y cambiar. Pero nada puede ser hecho contra si. La exigencia es necesaria pero la dulzura también.

A veces se cree que la meditación consistirá en hacerse violencia a si mismo, en dar por buena cualquier cosa que suceda. Sentado derecho, cruzadas las piernas. Que el despertar será a este precio; ¡sufrir completamente para no sufrir mas! Cada meditador conserva, mas o menos inconscientemente, esta actitud competitiva. Hace daño en las piernas, en la espalda, y se querría aguantar hasta el fatídico golpe de gong que señalará o bien nuestra victoria o bien nuestra derrota. Es exasperante abandonar, moverse y, algunos instantes después, escuchar el golpe de gong: si se hubiera sabido, ¡se habría aguantado!. Además, si se considera uno como un antiguo practicante, no es conveniente moverse. ¡Siempre hay que parecer zen delante de los primerizos!... ¿Os reconocéis?

Cuando se desarrollan este tipo de actitudes, los meditadores pueden dañarse físicamente; nuestro cuerpo no es nunca el de un superhombre. Mas seguro aún, se dañarán interiormente. Estas actitudes conducen a una gran rigidez. Se cree ser fuerte mientras que uno se entrena en ser cada vez mas impasible. Meditar es también aceptar las debilidades y los límites.

moine zenPor contra, si se guarda siempre el espíritu en el que se han desarrollado bondad y ausencia de competición, las dificultades se resuelven por si mismas. Bien sea en la meditación o, mas generalmente, en lo vivido de nuestra vida, en el camino del corazón. Cuestiones como "¿Hay que aguantar o no hay que aguantar?" incluso ya no aparecen.  Por supuesto todavía, y siempre,  continuaremos afrontando obstáculos. Pero sus poderes de destrucción seguro que se disolverán.

Se identifica, un poco demasiado deprisa, el Zen con una cultura del endurecimiento. Es cierto que algunos enseñantes japoneses proponen vivir el Zen como un enfrentamiento interior.  ¡A muerte!.  Es un rasgo dominante de la escuela Rinzai. Sin embargo todos los maestros que yo he podido encontrar expresaban a la vez bondad y ausencia de cualquier competición. Vivían a través de ella. No tenían que combatir y estar rígidos.

En sus retiros zen en Japón Gudô Nishijima rôshi distribuye un folleto donde explica como descruzar las piernas si la postura se vuelve demasiado difícil. Claramente se trata en su caso de un gesto de dulzura y atención. El Zen no tiene nada de competición de resistencia. Desde que animo retiros yo mismo preciso sistemáticamente en los folletos que no hay ninguna obligación de participar en todas las meditaciones. Lo cual es, cuando menos, paradójico; si alguien viene a este genero de retiro, ¡es precisamente para meditar!. La experiencia muestra que esta indicación permite a los participantes vivir estos momentos de otra manera, sin estar obligado a volverse rígido para aguantar hasta el final. Y este descanso que es permitido permite precisamente participar en todas las meditaciones, abandonando las luchas interiores.

Una vez que el maestro Tôzan estaba de viaje divisó una ermita, lejos de las carreteras y de los caminos. Habiendo encontrado al ermitaño le preguntó porque había ido a establecerse en esos parajes aislados; y el hombre, que era el maestro Ryûzan, le respondió: "Un día vi dos bueyes de arcilla combatir y entrar en el mar. Desde entonces el ruido desapareció."


Traducción : Roberto Poveda Anadón - Fotografía © Peter Cunningham.


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