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Historias de agua : Un testimonio de Jean-Louis Duclos


Jean-Louis Duclos practica el zen desde 1977, actualmente vive en Cannes donde anima el grupo de meditación zen Les Trois Trésors. El 17 de julio de 2004 recibió los preceptos budistas de Éric Rommeluère en Huy, Bélgica, durante una ceremonia tradicional. Nos entrega aquí sus impresiones sobre el antes y el después de este singular momento.



Cuando evoqué ante Éric mi deseo de recibir los preceptos budistas me envió una selección de textos sobre estos preceptos. Desde hace más de veinticinco años practico la meditación, tenía la impresión de conocerlos honesta y suficientemente, todo aquello me parecía bastante evidente, incluso muy banal : no matar, no robar, no mentir, etc. Al fin y al cabo era más o menos así como intentaba comportarme. No intoxicarse, sí, bueno excepto el Beaujolais joven una vez por año... ¡Y solo los años buenos!

Resumiendo, veía ante todo en la recepción de los preceptos la señal simbólica del fin de una etapa, se trataba de cerrar un primer bucle sobre el camino. Como habría dicho mi abuela: "Fin de la juventud, comienzo de la sabiduría". Finalmente nada particularmente conmovedor.

Recevoir les préceptes - Huy 2004


Y sin embargo... habría tenido que desconfiar, pensar que aquello no era tan simple cuando me dijo Éric: "¿Estás seguro?" Evidentemente que estaba seguro después de todo ese tiempo. Yo estaba tan seguro de mí que verdaderamente no veía, una vez más, lo que esto aportaría de radicalmente nuevo a mi vida.

"¿Entonces adelante?", "¡Adelante!" Se puso una fecha y así fue como me encontré en Bélgica, a 900 kilómetros de mi casa, en un templo tibetano donde Éric animaba un retiro zen.

Segunda advertencia, que debería haberme puesto la mosca tras la oreja. Me creía blindado en lo que concierne a las ceremonias, conferencias y otras convenciones sociales más o menos conmovedoras. ¡Error! Me conmovió hasta lo más profundo, apenas fui capaz de articular alguna palabra. En el momento preciso en que balbucee "¡Sí!" un trueno traspasó el silencio. Una gran tormenta estalló, la lluvia diluviaba batiendo los cristales de la sala. La ceremonia, muy simple, cobró una dimensión inesperada y aquello que no debería ser a priori mas que suavidad y quietud me sacudió como rara vez me había pasado. Pensé para mi mismo, "¡Ya está, esto empieza de nuevo!..."

En cada momento clave de mi vida empiezan a caer trombas de agua. Hace dos años estaba en lo alto del pico de los Buitres, el mismo donde Buda hizo rodar la flor entre sus dedos. Estábamos en plena estación seca, calor agobiante, polvo, cielo calentado hasta el rojo blanco. Me senté y... llovió. Me casé; una tormenta terrible disperso a todos mis amigos, ¡justo a la salida de la boda! Mi mujer parió : Una tormenta repentina y violenta, una inundación, me bloqueó camino hacia la clínica en un túnel bajo la plaza de la Concordia.

Al volver a mi casa, durante las siguientes semanas, no pasó gran cosa. La meditación como de costumbre, incluso más bien menos que de costumbre. De hecho aquello llegó insidiosamente. Con el transcurrir de los días me dí cuenta de que mi vida cambiaba imperceptiblemente, inexorablemente : Ninguna trasformación interior, ningún cuestionamiento radical, ninguna revelación estruendosa pero, ¿como decirlo?, algo muy potente, algo difícil de describir que hizo que mi vida cambiase profundamente. Éric tenía razón cuando me dijo que hay un "antes" y un "después" de la ordenación.

Cuando lo pienso, extrañamente, siempre me viene a la mente la misma imagen de cántaros repletos de agua. "Antes", en mi caso durante esos veinticinco años, se llenó de agua el depósito; lecturas, meditaciones, conferencias, retiros. Se acumula con obstinación, se atesora, se amasan multitud de conocimientos, nos tranquilizamos con las certidumbres de otros. Se es sincero, por supuesto, voluntarioso, perseverante. Pero, a fin de cuentas, permanece el zen por un lado (donde por otra parte nos creamos un ambiente bastante confortable) y la vida de todos los días por otro. Llega un momento en que tanto se ha acumulado, llenando el depósito completamente, que termina por desbordarse. Se está atrapado por las dudas, se tiene la impresión de estar en un callejón sin salida, de no progresar. La tentación de dejarlo todo es fuerte, la cabeza está llena de desorden y el ímpetu se ha perdido, está como diluido. Entonces son posibles dos actitudes; dormirse más profundamente aun o reaccionar a la pequeña campana de alarma interior, resolverse a "hacer algo", marcar una etapa, buscar una nueva fuente de energía. Y es así que, por ejemplo, se puede pedir recibir los preceptos.

Y llega el momento del "después". Se para de llenar el depósito y -¡milagro!- el agua se desborda refrescante, embebe la tierra y es buena para la plantas. Pues realmente es de eso de lo que se trata. Poco a poco el zen sale de la sala de meditación y se expande por todos los aspectos de la vida. Poco a poco todo se vuelve útil, todo se convierte en ocasión favorable, incluso aquello que antes se consideraba como displacentero. Paradójicamente se experimenta menos necesidad de meditar, de alguna forma como si se meditara finalmente durante todo el día. Ya no es necesario reservar un momento "especial" para la práctica, puesto que todos los momentos son a partir de ahí "especiales". Se tiene la sensación de ser a la vez más "sólido", es decir más consciente, más anclado en la vida, y al mismo tiempo más "ligero", más feliz, más disponible. Se ha pasado de lo difícil a lo grato, de lo separado a lo unificado, de la voluntad al abandono.

Es una experiencia extraordinariamente fuerte, poderosa, difícil de describir, pero también gozosa, serena, profunda, que se tiene necesidad de compartir. Se ha dejado de luchar contra la corriente, te abandonas a ella con una especie de alegría. Se aprovecha la frescura del agua con total consciencia, la potencia de las olas de las que se sabe que te llevan sin titubeos allí donde quieres ir.

Jean-Louis Duclos (diciembre 2004)

Traducción : Roberto Poveda Anadón. Reproducción prohibida.


En el sitio :

La ordenación, una charla de Éric Rommeluère
Tomar refugio en los tres tesoros


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